Fleur y los seres del bosque.
Fleur ya tenía dominado el arte de tejer
ropa de lana de todo tipo, crear seres mágicos y animales de lana e hilvanar
historias con hilos.
Un día, mientras tejía la ropa de unos
hurones, su maestra, la Tejedora le dijo:
-¡Fleur! ¡Fleur! ¡Ven aquí querida!
-¡Tejedora! Dime ¿qué sucede?
-Los animales de lana me han informado
que unos duendes y hadas fueron atacados por trasgos y debes ir a ayudarlos, te
encargo la tarea, ya te veo capaz de manejar estas cosas, ve lo antes posible.
La joven Fleur ya era una joven adulta,
se supondría que ya tenía entre 19 y 22 años de edad, era alta, de cuerpo
mediano, ni flaca ni rellenita, de pelo negro azabache y piel blanca, con sus
rasgos marcados y ojos color del tiempo, que cambiaban de color según su estado
de ánimo, se le ponían más claros o más oscuros de pendiendo de lo anterior
mencionado. Vestía con vestidos de lana holgados de colores marrón o verde
oscuro y un largo sacón de lana de mangas largas y largo hasta las rodillas,
igual sus vestidos de lana. Y sus pies vestían unas botas de piel color negras
hasta las rodillas.
La joven tejedora partió a esa zona del
bosque donde estaban las hadas y duendes que fueron atacados, cuando llegó, vio
un grupo de hadas con algunas partes de sus vestidos y alas desgarradas y los
duendes tenían sus gorros, pantalones y botas en mal estado, ellos la esperaban.
-¿Quién viene ahí? ¿Es Fleur? Si amigos,
es Fleur, estamos salvados.- decían unas pequeñas voces ansiosas.
-Hola hadas y duendes, ya llegué, sean
pacientes, ahora los repararé, compondré sus
cuerpos y ropas. –Dijo dulcemente la joven.
Hadas y duendes hicieron una larga fila y
esperaron pacientemente su turno de ser atendidos.
Fleur, hábilmente, reparaba piel de lana
y ropa como si no le costara hacer esa labor, sus manos y ganchillos sanaban
todo lo que fuera lana, en toda una tarde, hizo el trabajo de sanar quince
hadas y veinte duendes.
Terminado el trabajo, la joven se retiró
a descansar debajo de un árbol de grandes raíces que sobresalían de la tierra,
en ese momento, algunos duendes le trajeron bayas, frutas de todo tipo y un
gran jarro de una infusión de hierbas reparadoras y restauradoras. Mientras
comía y bebía con celeridad, las hadas la ponían al corriente de las noticias
de esa parte del bosque.
Los duendes hacían números de magia y
algunas pruebas de acrobacia, cosa que divertía mucho a Fleur.
La joven, ya cuando empezaba bajar el
sol, se despidió de los seres mágicos y emprendió el viaje de regreso, en el
camino, las luciérnagas le iluminaban el camino a la cabaña de la tejedora.
Cuando llegó, fue recibida por los cinco
gatos que ella había tejido un tiempo atrás y se le reunieron alrededor para
limpiar su energía.
Entró en la cabaña, acompañada de sus
gatos y la tejedora la estaba esperando
con la cena ya hecha.
-Querida, ¿Cómo te trataron las hadas y
los duendes? – preguntó la Tejedora.
-De la mejor forma posible, incluso puedo
decir que hacen un exquisito té de hierbas, hicieron un espectáculo muy
divertido para agradecerme.
-Me alegro entonces, no hay forma que no
le caigas bien a alguien, tu bondad es inmensa querida Fleur.
Las tejedoras comieron la cena, se
quedaron hablando de cosas divertidas y fueron luego a dormir, acompañada cada
una con su propio grupo de gatos de lana, durmieron plácidamente hasta el otro
día, con el bello y tranquilizador ruido arrullador de fondo del bosque que
habitaban.
Fin.
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