¿Aún
quieres una explicación?
Un joven muchacho llamado Gerardo había hecho un largo tramo dentro del
bosque tratando de encontrar a aquel anciano que tanto le había sido nombrado
por sus amigos. Tardó días dentro de la gran arboleda que se le presentaba,
hasta que al final, lo localizó, era una choza de piedra, con techo de troncos
y paja.
Golpeó las manos 3 veces para llamar, pero nadie contestó. Fue a tocar la
puerta y antes de siquiera rozarla, esta se abrió y crujió lentamente en un
quejido, como invitándolo a entrar, cosa que Gerardo hizo temerosamente,
cuando de pronto, de afuera se escuchó un potente vozarrón.
-¡¿Quién te ha dejado entrar en mi morada?!- Bramó la potente voz que
hizo que el muchacho cayera al suelo aterrorizado.
- ¿Quién te ha autorizado a irrumpir despreciable patán? –volvió a
preguntar lo que ahora tenía la forma de un hombre.
-Disculpe señor, no era mi intención, venía en su busca para que me
guiara hacia las ruinas aquí cercanas… bueno, si no es molestia para usted
claro está.
El anciano lo miró de pies a cabeza y sin decir una palabra, dejó la
cubeta con agua que había ido a buscar al arroyo, tomó su alforja y le dijo:
-Sígueme
Emprendieron un viaje hacia las ya nombradas ruinas del antiguo palacio,
el anciano marchaba a paso firme y rápido entre los grandes y viejos árboles,
algo que llamó mucho la atención del muchacho, que trataba de igualar la
velocidad del hombre, y como le gustaba ver las señas particulares de las
personas, observaba detenidamente al anciano; pelo gris y largo, una barba
aceptable para los… ¿70,80 años? No estaba seguro. Una túnica raída por el
tiempo, manos huesudas y uñas largas que agarraban firme un cayado de
nogal y algunos dibujos borrosos en sus antebrazos.
El anciano se detuvo en seco y señaló con su cayado el edificio a pocos
metros. Esbozó una pequeña sonrisa al muchacho y dijo:
-Aquí tienes
-Pero, ¿no es peligroso continuar?
-Conozco el bosque y sé que no quieres ser comido por una de las fieras
reinantes.
-Bien, sigamos –dijo el muchacho sin protestar
Ambos tomaron una antorcha y se adentraron al castillo.
Pasado un rato, el muchacho dejó de prestarle atención al viejo e intentó
tomar otra ruta, abrió una puerta que daba a la cámara real y se adentró en
ella.
Las puertas se cerraron de golpe y el muchacho, desesperado, empezó a
golpearlas.
De pronto, una luz salida del techo iluminó una silla con su nombre
inscrito en el respaldo y una figura espectral a su lado.
El anciano abrió los ojos y miró la hoguera, ya estaba lista la
cena. Se sacó las lagañas y se preparó para comer.
-Vaya sueño- se dijo, mientras se escuchaban gritos de ultratumba a lo
lejos…
Fin
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