A Thiago le
gustaban los lugares viejos y las ruinas, había llegado al pueblo buscando un
castillo que no estaba muy lejos de allí, hizo varias preguntas sobre cómo
llegar, pero los lugareños se mostraban
esquivos.
Haciendo caso
omiso, se aventuró solo buscando el camino. Se adentró en un bosque espeso y
luego de mucho caminar, llegó a una cabaña en medio del bosque, y antes de que
tocara la puerta, esta se abrió sola quejándose y el muchacho entró.
Antes de que
pudiera mirar con detalle, escuchó una tos detrás suyo, y se trataba de un anciano de pelo blanco y
una muy larga barba del mismo color cargando una cubeta llena de agua y un
bastón.
Le preguntó si
sabía de las ruinas de un castillo, y antes de que terminara de explicar, dejó
la cubeta dentro de la cabaña y le dijo que lo siguiera.
Iba anocheciendo
conforme caminaban, y la vegetación se hacía más desolada mientras más cerca
del castillo estaban. Llegaron al castillo ya siendo de noche y se adentraron
en él.
El muchacho se
olvidó del anciano por un rato y caminó solo por el castillo, y llegó a una
pesada puerta doble. Le costó pero logró abrirla. La antorcha que llevaba se
apagó con una brisa que soplaba y la gran puerta se cerró de golpe.
Thiago no podía
salir del susto y a continuación observó que todas las antorchas de las paredes
de la habitación se encendieron solas y
en el medio de la misma había un espectro negro de ojos rojos le señalaba una silla de un alto respaldo con
su nombre grabado en fuego.
El anciano se
despertó dentro de la cabaña luego de una siesta, y miró el caldero que estaba
al fuego cocinando su comida.
-Vaya siesta he dormido,
ya es hora de comer
Y se dispuso a
poner la mesa y cenar.
Fin
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