Han pasado mil años y recién despierto de mi letargo. El
mundo a cambiado mucho ya, no hay caballeros de brillantes armaduras y bravos
corceles, mi hacha se ha oxidado y lo primero q veo frente a mi, es un muro de
cristal sucio y todo resquebrajado. Rompo el cristal, salgo de este extraño
castillo sin torres, antes de ganar la puerta, discierno un espejo a mi derecha
y las curiosidad es más fuerte que yo. Me veo en él y me llevo una gran
sorpresa: mi bella cabellera negra era todo lo opuesto; mi rostro, lleno de arrugas,
mis manos, huesudas y mis uñas largas como garras. Dejo a un lado tan espantoso retrato y abro la
pesada puerta de metal esperando que el sol me cegara, pero nada de eso
ocurrió. El cielo se presentaba gris y el aire apenas se podía respirar.
Al pie del acantilado se veían extrañas construcciones
que arrojaban humo a los cielos y a los lejos se erguían decenas de grandes
torres de color plata. Me quedo mirando ese extraño panorama y un joven se me
acerca extrañado
-¡Saludos buen hombre! Bella vista, ¿verdad?
-¿Bella dices? Hermosa era antes, ahora, ya no vale la
pena…
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