Hace mucho,
muchísimo tiempo atrás…
En un viejo
imperio de oriente donde había lámparas mágicas, alfombras voladoras y mujeres
que adivinaban la suerte, había un hombre llamado Abdul que hacía túnicas,
mantos, sandalias, vestidos, en fin, el hombre se ganaba la vida haciendo
vestimentas y las vendía en mercados, era ropa de una excelente calidad que no
había forma de compararla en todo el imperio.
Este hombre que
se ganaba la vida vistiendo a los demás, tenía una hija muy bonita llamada
Alessa a la que le gustaba bailar, que si no fuera porque tenía que dormir y
comer, estaría bailando de sol a sol. Alessa tenía 18 años, amaba bailar,
siempre lo hacía a toda hora, iba vestida con la bella ropa que su padre hacía
para ella.
Un día, una mujer
se le presentó a Abdul haciéndole un extraño pedido, la mujer quería deshacerse
de unos cascabeles que ella decía que eran mágicos y no podía tenerlos encima
por mucho tiempo. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, la extraña mujer
desapareció dejándole los cascabeles al costurero.
Abdul llamó a su
hija Alessa para que viera los cascabeles y escuchara el extraño ruido que
estos hacían, un ruido que si se hacían sonar varios de ellos de determinada
forma, era un sonido hipnótico. Entonces la joven, pidió a su padre que le
hiciera algo para poder hacerlos sonar, algo que pudiera llevar en sus manos,
el hombre pensó largamente qué hacer y al final se le ocurrió algo.
Días después,
Alessa estaba bailando en la calle y su padre la llamó, ella se presentó ante
su padre y su padre, le mostró unos extraños objetos con forma de guantes sin
dedos.
-Padre, ¿cómo se
usa esto? –preguntó la niña desconcertada.
- Esto se usa uno
en cada mano.
- ¿Le has puesto
los cascabeles?
-Así es, úsalos
en tus manos y marca un ritmo con ellos.
Alessa emocionada
al oír el ruido de los cascabeles en sus manos, no pudo evitar dar pasos de
baile y empezar a danzar. La chica, salió corriendo al mercado, más
precisamente a una zona por donde circulaba muchas personas. Y empezó a batir
palmas marcando un ritmo y empezó a bailar, todas las personas que circulaban
por ahí; hombres, mujeres y niños quedaron hipnotizados por el ritmo de los
cascabeles y los bellos pasos de baile de Alessa.
De casualidad
estaba por ahí un hombre de la corte del emperador, que no pudo sacarle los
ojos a la chica que bailaba y estaba encantado de ver tan maravilloso
espectáculo, se abrió paso entre la multitud y le habló a la bailarina.
-Disculpe joven
señorita, soy un funcionario de la corte del emperador, creo que sería un gran
espectáculo para nuestro líder.
-Debe hablar con
mi padre, él es que decide por mí, acompáñeme a mi casa y hable con él.
Llegaron a la
casa del costurero, el funcionario habló con Abdul, y dijo que no se iría sin
un sí como respuesta, incluso llegando a decir que el sería el que le
confeccionaría la ropa al emperador y su hija sería bailarina de la corte en el
palacio. El costurero no tuvo opción ante la oferta de hacer la ropa al máximo
mandatario. Al otro día fueron llevados ante el emperador, el cual quedó
maravillado con las prendas de vestir presentadas como regalo de Abdul y el
exquisito don de baile de Alessa
La chica bailaba
todos los días en el palacio, maravillando a todos, menos a una sola persona,
que odiaba a Alessa, unos de los cortesanos, que descubrió que los guantes de
Alessa eran los responsables de su éxito, envió a soldados robar los guantes.
Pusieron los
guantes por separado en cofres para ser llevados lo más lejos uno del otro, uno
hacia occidente y el otro hacia oriente. Pero a la mitad del camino, en ambos
cofres, empezaron a sonar los cascabeles en ambos lugares, uno en el lejano
oriente y el otro en el lejano occidente, la curiosidad de los jinetes pudo más
que ellos, abrieron los cofres y mágicamente se hicieron etéreos y
desaparecieron ante la atónita vista de los hombres.
Alessa estaba
triste porque no encontraba sus guantes de cascabeles y antes de salir a bailar
para el emperador, se miró las manos, y como por arte de magia, escuchándose en
el aire un sonido cada vez más fuerte, aparecieron los guantes en sus manos, y
ella, con gran alegría, salió una vez más a bailar para el emperador y todo el
palacio.
Fin
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