La invasión de
octubre había hecho estragos en mi cabeza y en la de los demás sobrevivientes y luego de 3 meses después, yo era el único
que quedaba en la ciudad desierta.
Ya era tiempo de
abandonar mi casa toda destruida, equipado con unas pocas provisiones en mi
bolso y muchas municiones de escopeta,
me disponía a escapar de la ciudad
habitada por seres que no eran de este mundo que se ocultaban entre la bruma que inundaba todo y dificultaba la
visión.
Luego de dejar
atrás la inmovilzante melancolía, me dispuse a salir de mi refugio y cruzar la
avenida Montevideo de una punta a la
otra para asegurar mi salvación, empecé a correr y figuras monstruosas salían a
mi encuentro y yo las esquivaba con fluidez y repartía escopetazos a los
invasores, que salían proyectados hacia atrás.
Minutos más
tarde, a dos calles de mi salvación, me
quedé sin cartuchos, aun así corrí lo más rápido posible y pronto crucé el
puente que me llevaba a estar a salvo. De pronto, una fuerte luz me cegó, eran
las luces de un camión militar, me preguntaron si quedaba alguien en la ciudad,
a lo que mi respuesta fue negativa, me hicieron subir al vehículo, y en ese
momento, supe que por fin estaba a salvo.
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