La moneda de oro
I
El hombre cerró
su grasiento libro luego de nombrar el título de su relato en el recinto, poca
gente lo escuchaba, estaban más ocupados en sus charlas de negocios, en halagar a la dama de la mesa
de al lado y en comer como locos o emborracharse en ese gran mesón. Contó de su
bolsa las pocas monedas que recogía en
la noche y se dijo:
-Esta noche
conseguí más monedas que en los anteriores lugares que visité de esta ciudad.
Tomó su gran y
gastado morral en el que puso su voluminoso libro y su bolsa de monedas; todas ellas de cobre y
bronce y solo una de plata. Salió de aquel lugar para irse a descansar.
Edgardo, que no
se perdió un solo relato o verso, decidió seguirlo. Lo encontró camino a la posada y sin perder tiempo lo
llamó a los gritos.
-¡Señor señor!
-¿Qué quieres de
mi? -Dijo quejoso el anciano- ¿No puede ir a descansar
tranquilo un hombre de mi edad?
-Disculpe, ¿Dónde ha aprendido a relatar esas historias?
-Es tarde para hablar ahora joven, puedes verme mañana
temprano
Edgardo se
preguntó dónde podría verlo mañana.
-En el parque de
los naranjos -dijo el Narrador
adivinando su pensamiento y se marchó a descansar.
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